La Web 1.0: un cruce de caminos

Hablar de la llegada de la Web 1.0 en México es pensar en un país que vivía entre la incertidumbre y la promesa de modernidad. Mientras en otros lugares del mundo el internet comenzaba a consolidarse como un espacio de comercio y espectáculo, aquí emergía en medio de crisis políticas, desigualdades históricas y una sociedad que buscaba nuevas formas de voz.

La década de los noventa fue un torbellino: el TLCAN abrió las puertas a una integración económica que no todos podían habitar; el levantamiento zapatista mostró, desde las montañas de Chiapas, que la globalización no era homogénea ni justa; y el asesinato de Colosio dejó al descubierto la fragilidad del sistema político. En medio de ese paisaje convulso apareció internet, no como un lujo tecnológico, sino como una grieta luminosa en el muro de los grandes medios.

Los primeros correos, las páginas personales en Geocities, los chats en IRC o el viejo Messenger eran más que simples herramientas: eran ventanas. A través de ellas, muchos comenzaron a mirar un mundo distinto, menos controlado por Televisa y TV Azteca, más abierto a la experimentación, a la conversación y, sobre todo, a la posibilidad de cuestionar. El EZLN, al difundir sus comunicados globalmente a través de la red, convirtió esa promesa en acto: mostró que internet podía ser resistencia, podía ser comunidad.

Claro, el acceso era limitado. Conectarse desde casa significaba escuchar el ruido metálico del módem, ocupar la línea telefónica familiar y pagar tarifas que no todos podían costear. Por eso nacieron los cibercafés, como pequeñas islas urbanas donde se socializaba lo digital: un lugar donde la juventud descubría otra forma de ser y de decirse. Allí convivían el entusiasmo por la modernidad y la precariedad de su acceso, la globalización y la marginalidad.

En retrospectiva, la Web 1.0 en México fue menos un centro comercial —como lo serían sus sucesoras— y más un laboratorio: un espacio experimental, ambiguo, hecho de promesas y resistencias. Era un territorio en el que se entrecruzaban la modernización y la contracultura, la ilusión de futuro y el eco persistente de las viejas estructuras.